domingo, 26 de diciembre de 2010

¿QUIÉN ES EL PUEBLO?


Por: Alma Valencia Arana


Sobre el ataúd, Áurea Villalba, colocó una caja de zapatos para que ‘el pueblo’ depositara su óbolo. El muerto era el presidente Municipal, Ecliverio Morera. Tan pobre era que no había ni para su entierro.

Su viuda, una mujer muy joven cuyo acontecimiento había acentuado su palidez caribeña, transitaba de la cocina al cuarto espacioso donde velaban al difunto. Bajo la tela de su vestido negro, se advertía la curva de su adelantado embarazo. Saludaba tímidamente a los asistentes, todos sentados en hileras de sillas y a la luz de las velas iluminaba los rostros entristecidos de muchos campesinos.

Una niña descalza y vestida de negro se unió a su madre y en una mesa colocada junto a la puerta, ponía sobre el mantel recién planchado, tasas de chocolote a medio llenar, para que alcanzara. Lagrimas de cera eran las únicas que podían mirarse, nadie lloraba, nadie hablaba, nadie se movía y las flores se descarnaban ante el calor que la presencia humana emanaba. Los pies de la niña parecían no rozar el suelo y daba la impresión de un ángel pálido a quien nadie le había preguntado si sentía dolor. Se llamaba Lilian Morera y era la hija mayor del muerto.

Pocos advirtieron la salida de Áurea con una palangana de peltre y un rollo se sosquil. Atravesó lo peldaños entre la puerta y la calle, avanzo unos metros y se hinco a restregar las piedras donde la sangre del Ecliverio había sido derramada por el tiro asesino que desde la distancia, lo había casado como a un venado. Entonces se dio tiempo para llorar, así hincada, e inclinada, sin que nadie la mirara, lloraba con ese llanto articulado entre sus mandíbulas, anteponiendo la pronunciación. Restregaba las viejas piedras con fuerza y no lograba quitar la mancha negruzca que hasta parecía extenderse aun más. Cuando su llanto no contuvo el silencio de su lengua primitiva, alcanzo a decir:

–Maldito pueblo--.

Ecliverio Morera, hombre de cuerpo anguloso, rostro severo de finos ojos verdes tristes, era campesino, maestro rural y presidente municipal. Fue elegido en un extraño suceso, porque en los pueblos de esa tierra solo se elegía a los ineptos y a aquellos que precisaban hacerse cómplices del deber hacia el propio provecho. Aun cuando había nacido en ese pueblo, desde muy joven había ofrecido sus sentidos al aprendizaje, recorría su país, el viejo México de los 50’s, y en cada lugar se planteaba resolver los problemas de la generalización, es decir, descubrir las formas, las proporciones, las disposiciones y características de las identidades humanas. Llegó entonces a su pueblo a intentar revertir la conveniencia del proverbio de que nadie es profeta en su pueblo.

En el cuarto espacioso donde estaba el ataúd y la caja de zapatos, en una esquina se había instalado un periodista, algo bajito, de ojos asustados y grandes lentes. No apuntaba, solo escuchaba. En voz baja, un campesino de amplia nariz y pocos dientes le explicaba el suceso. Atento el periodista, pudo entender que en estas tierras la gente, sobre todo la campesina, esta sujeta a su propio rigor del lenguaje. Mayahablantes principiantes de letras en el español. El periodista, hombre culto venido de la capital del país, había bajado de su auto para saborear naranjas dulces y venia de regreso de la zona arqueológica, cuando encontró el espectáculo de la mujer lavando piedras y rostros alumbrados por lágrimas de cera.

--Hermenéutica y semiología—se dijo para sus adentros el periodista.

–Pensé que nunca en mi vida entendería las viejas lecciones de mis maestros-- El se refería al modo como lograba entender el particular lenguaje regionalista de esos hombres, donde el simbolismo de los signos son los que hablan, además de poder identificar donde carajos estaban esos signos.

Razonaba las viejas lecciones cuando escucho un gemido que decía:

–Maldito pueblo--.

No hizo caso y siguió escuchando al viejo campesino:

--Desde mis abuelos, la tierra solo era del pueblo y todos disfrutábamos del fruto de ella. Las milpas mas alejadas eran de más de cien mecates y eran para los jóvenes y las tierras cercanas para los viejos. Vivimos del maíz, de la leña, de la cacería de conejos, chachalacas, quitames, tzereques, todo era comida y nunca faltaba para las familias. Las mujeres dedicadas a la familia, se reunían para leñar, recolectaban plantas medicinales y frutos del monte. Pero hubo un tiempo en que la gente poderosa comenzó a cercar las tierras, y en grandes extensiones se sembró henequén y se metió ganado. Los caminos de nuestros abuelos rumbo a las milpas se cerraron. Los vaqueros de los ranchos soltaban al ganado para que buscaran su comida y se metían a nuestras milpas y en una noche acababan con la comida de todo un año de nuestras familias.---------Amanecían pisoteadas las plantas de maíz, tomates, chile, sandías, melones, frijoles, ibes, calabazas, camotes y macales. Muchos campesinos fueron matados por defender sus milpas. Los poderosos daban órdenes para que cosecharan nuestras milpas. La gente pobre no tenía salvación, todo les era robado y si se quejaban, los mandaban matar. Mi padre murió por azotes de un mayocol. Mi madre y yo huimos a otro pueblo, ella se llamaba Florentina Zacbí y le decían ‘Tina Puchero’ porque vendía hortalizas en el mercado. El día que huimos yo corría con mi perrito abrazado, pues mi abuelo me había dicho que era para alejar a los malos espíritus—

--Regresamos hace dos años, porque donde estábamos llego el rumor de que en mi pueblo había un hombre que se había enfrentado a los poderosos. Pudimos ver como ayudaba a los campesinos, nos enseño a usar el tractor, fue el primero que llego a este Estado y tuvimos que irlo a buscar hasta el puerto de Progreso, porque lo trajeron en un barco grandote y venia con una nota que estaba en ruso. El Profesor Morera nos lo leyó y decía: “Para el pueblo y sus hombres, mandamos nuestras manos y nuestro pensamiento y para que nunca falte pan en las mesas de sus familias”. El profesor Morera había escrito una carta a la embajada y conmovió el corazón de esos hombres, para que nos mandaran esa maquinota. Yo ni siquiera se donde esta ese País –Acotó—

--Cuando el fue elegido presidente municipal, a los que éramos de su equipo nos dijo: Ya estamos aquí, pues pongámonos a trabajar y entonces fue donde estaban las cantinas y las cerró, las tabernas de los turcos les puso grandes candados y en los burdeles saco a la gente.

— Abrió escuelas en las zonas de los pobres e indígenas e instruyo que la mitad de los salones se llenaran con mujeres. Algunas fueron, no todas pudieron ir, pero un grupo como de 17 niñas fueron aceptadas. Empezaron a hablar mal de él, instruidos por el cacique que decía a la gente que el presidente Municipal era comunista. La gente del pueblo se asustó.

--Su sentencia de muerte la marco, cuando detuvo un camión de sosquil y entre las pacas sacó armas y licor que contrabandeaba el cacique del pueblo--- Además le dijo –En los caminos de este pueblo no pasará mas tu camión de sosquil-- El cacique le dijo: --pues entonces, tu tampoco volverás a comer pan-- y ya lo vez --dijo el campesino al periodista—Pues no va a volver a comer su pan.

Lilian Morera, ya no repartía chocolate, ya no quedaba más y la caja de zapatos apenas tenía 3 pesos que sirvió para las últimas tablillas. Se sentó junto a la mesa y miraba el ataúd. Pensaba:

--que será ahora de las estrellas, en donde las semejanzas estaban ligadas al espacio de la forma, cuando su padre le contaba que cada estrella estaba unida como una cuerda tendida hacia una planta en la superficie de la tierra, con un enlace reciproco y continuo, una emulación de gemelidad natural de cosas que se enfrentan. La lúgubre tierra es el espejo del cielo cultivado,

--solía decirle--.

En su juvenil encanto aun retumbaba la melodía que su padre tarareaba y silbaba –Farolito que alumbras.....—otras veces se daba el lujo de cantar completa la de –candilejas--. Lo recordaba bajarse de su bicicleta y sujetar el viejo banjo y cantar las canciones y ella bailar sobre las mismas piedras que su madre ahora limpiaba. No podía llorar, porque nadie lloraba y se dijo:

--¡Habrá tiempo para ello!--

Recordó que las lecciones de francés habían quedado en el viejo mesa-banco, fue a cerrar el libro, no quería que su padre se fuera sin haber podido concluir su obra. Fue a donde la cocina a desenterrar en el fogón del agua, el arrugado ombligo de su hermano que su madre había puesto ahí para que nunca se fuera de casa, lo prometió a su padre un día y pensó que ese era el mejor momento para enfrentar a su madre. Hechas todas las recomendaciones, cerro los ojos y se dijo para si:-- Padre mio, mi propio padre, faro de luz dondequiera que estés— y cerró su duelo. Ahora tendría que cumplir el último pedido de su padre. Hacerse cargo de su débil madre y su asustadizo hermano así como el que venia en camino. Cargó con sus 13 años y asumió la figura paterna pensando en las estrellas cómo la matriz de las hierbas y la prefiguración espiritual de las mismas estrellas en su interior mismo.

La mancha negruzca de las piedras, se extendía aun más. Áurea Villalba, enfurecida y sollozante restregaba con mas fuerza y tan solo lograba hacerla mas negra y mas grande. Su mente estaba en el recuerdo de su abuela, la chichi Solin, quién había sido la única partera del pueblo y de quien aprendió a bordar, hacer merengues, alfanjores, urdir hamacas y distinguir los hombres buenos de los hombres malos. Un día le leyó su suerte con semillas de maíz y le vaticinó: --Te vas a casar con un hombre bueno pero vas a llorar mucho--. Cuando tenía 15 años una fiebre tifoidea la dejo sin pelo, se ponía un pañuelo rojo y se iba a trabajar de “coime” al billar de su tío Chalo. Ahí se encontró con los ojos del hombre bueno que su abuela le había dicho. Les preguntó a sus primas quienes eran aquellos hombres que habían llegado y contestaron --son maestros comunistas--. El hombre bueno se fijo en su pañuelo rojo y de algún modo encontró también sus ojos. Áurea le hablo a su padre del suceso. Su padre alarmado dijo –Ese hombre está loco, Eso de educar indios es una verracada, luego se van a creer que son iguales a nosotros--.

El la busco para casarse, y se la llevo a vivir donde sus padres. Miraba a los viejos padres hacer sus cosas, él leer a Vargas Vila y ella rezar, leer sus oraciones tres veces al día y cuando iba a dormir. El esposo siempre tenía un libro para leer: Agricultura, mecánica, ecología. Solía irse de viaje durante mucho tiempo. A veces un año entero y nunca le notificaba. Se enteraba a través del padre. Cuando nació su primera hija, la conoció un mes después, llegó de un largo viaje y regresó tan solo atraído por la noticia del nacimiento. El segundo hijo lo conoció seis meses después. El tercero, el que venia en camino, nunca lo conocería.

Áurea cumplía la función de las labores domesticas, no le fue permitido asistir a los centros de aprendizaje para las mujeres:

--Tú eres ajena a eso— Le había dicho Morera. No le permitía salir a la calle sola y en ocasiones le fundaba las esperanzas de que cuando acabara las labores domesticas podría ir a la tienda del pueblo a mirar. Nunca se terminaban las labores.

Lo cierto era que ella estaba a decidida a saber porque si aquel hombre gritaba a la sociedad sobre la igualdad de razas y de géneros ella estaba excluida de esas proporciones. Al principio pensaba que era cuestión de tiempo, pero el tiempo estaba siendo más caldo de cultivo para ignorarla.

El dijo un día –El pueblo es el que importa--.

En ese recuerdo, la soledad y la miseria la esperaban agachada restregando sangre.

--¡Hoy estoy aquí ofreciendo a mi muerto al pueblo y no se quien carajos es el pueblo!— se dijo entre si

--¡Mi pendejo mártir, yace en un ataúd prestado y menos mal que está la caja de zapatos donde habrá para poder enterrarlo!—

--Maldito pueblo--.

Se levanto del empedrado ennegrecido y caminó trabajosamente hasta al ataúd a mirar si había más dinero en la caja de zapatos……..

--¡¡¿donde está el pueblo?!!